Han amanecido concurridas las ancianas calles de mi ciudad,
cientos y extraños pies la recorren y ella serpentea,
se sacude, como si una fila de hormigas le trepara
por sus vértebras de agua, recovecos olvidados, decrépitos edificios.
Forasteros fascinados por los años que encierra cada parte de ella,
se mezclan en el aire aromas de fruta y pescado,
aspiran incansablemente para conocer este olor, quieren guardarlo
en algún lugar de su mente cerca de los vapores que llegan de turbios canales,
máscaras, rayas, colores, cristales...
Vosotros, que pensáis en regresar mientras descansáis en alguna piazza,
permitiréis que queden desiertos los lúgubres sotoportegos
y creéis que la amáis porque habéis cenado cerca de Rialto,
bajo un cielo de gaviotras y observásteis la luna
que una góndola encontró flotando entre islas de luz,
y la llevó a salvo a orillas de piedra para que un puente se llame suspiro.
Sois los mismos que os marcharéis con la respiración agitada de algún tren,
no recordaréis Venezia, vuestra alma la nombrará y asimilará
hasta hacerla propia... y vuestros ojos quizá no vuelvan a verla.
Brújulas y relojes no detuvieron sus manillas,
y por eso,
al anochecer me siento en silencio junto al rumor del puerto
y observo las sombras que forman las islas a contraluz...
¿serán pronto un destino para alguien?
Nadie más que yo se pregunta si siente Venezia
las apresuradas pisadas, la emoción en los pechos,
las miradas de asombro, la partida de tantos... tantos viajeros.
Ya no están... sin embargo, habrán quedado
en el sonido de sus violines plasmado en algún cuadro.
Trece Tigres Studio
Hace 13 años